domingo, 19 de abril de 2009

Historias del tabaco

El viernes pasado, mientras compartía con unos amigotes y enfocaba mis ojos frecuentemente en un vaso, observaba a la vez el hermoso paisaje de un viernes por la tarde.

Y miraba y miraba a los que me rodeaban, al cigarro que tenía en mi boca que aún no encendía y a la vez miraba a los otros cigarros del lugar. Unos comenzaban recién su vida útil y otros por el contrario, la terminaban. Y mientras se consumía el tabaco (un poco aspirado y el resto consumido por el ambiente) ocurrían mil historias.

Una mujer estaba sola esperando en una mesa a dos amigas que habían ido al baño. Encendió un cigarro un poco chueco que tenía guardado en su cartera. Al parecer una de sus amigas se lo había regalado. En eso mira su bolsillo derecho y deja el cigarro en el cenicero que estaba sobre la mesa. Su celular estaba sonando, procedió a mirarlo y ver el número. Me pareció que era un número conocido, porque cuando contestó esbosó una sonrisa.

Contestó entusiasmada. La sonrisa duró un momento, cinco segundos tal vez, para luego transformarse en una mueca de desilusión; algo inesperado, no sé, una mala noticia. Una pérdida, un ataque de celos. No sé, pero sentí que no era una mujer quien la llamaba.

Y mientras esto ocurría mis amigos reían, y yo junto con ellos.

Y en eso giré mi cabeza hacia la otra mesa. Diez amigos estaban sentados alrededor de tres mesas que ya casi no estaban acomodadas. Uno de ellos pegó un grito de júbilo que se escuchó en todo el lugar, por sobre la música y las risotadas de los grupos cerveceros. Con ánimo comenzó a contar una anécdota en especial. Uno de ellos no hablaba, se quedaba en silencio, y a ratos parecía reír irónicamente. Creo que de envidia.

El tipo terminó su historia. Su cigarrillo también llegaba a su fin. Y cuando lo apagó en el cenicero, el que no hablaba se paró de la mesa con expresión de querer matar a alguien. A alguien que no lo merecía.

Y en eso, alguien me pide permiso para pasar. Y era obvio, un viernes por la tarde era imposible encontrar ese lugar vacío. Moví mi silla un poco y miré a quién me lo había pedido. Eran dos mujeres con expresión preocupada. Eran las amigas de la mujer del primer cigarrillo. Y al momento observé la mesa del grupo de amigos y ya no había nadie.

Y el cigarrillo que yo tenía en mi boca todavía no podía encenderlo. Mis amigos todavía reían y yo con ellos. Y luego, de eso, liberé al cigarro de la presión de mi boca, lo miré, y pensé "Este cigarro no tendrá historia".

1 comentario:

Mauricio Silva dijo...

Me pasa algo similar, tengo mis lapsus de buen observador y echo la mente a correr, me gusta hacerlo y un cigarro o cafe, da pie para lograrlo de mejor manera. Gracias por tus comentarios en msn, ojala saber mas de ti, saludos!